PARA REFLEXIONAR
Demasiado perfecto es el hombre, como todo ser viviente que observamos en la naturaleza, para atribuir su origen a la casualidad o a la generación espontánea. La razón y la ciencia nos llevan a establecer que existe una inteligencia superior, la de Dios; cuyo rostro ignoramos pero por su magistral obra lo conocemos.
Al poner el arquitecto del universo en el cráneo del ser humano el cerebro más inteligente de todas las especies, indudablemente le hizo un soberbio e inconmensurable presente, que este debe agradecer cotidianamente y con creces.
Tal ofrenda constituye para el hombre un medio propicio para alcanzar desarrollo extraordinario y consecuentemente bienestar y felicidad propios, pero al mismo tiempo un reto para cumplir su rol social desde su ministerio, como rey de la creación.
Todo depende de explotar plenamente las facultades de ese órgano prodigioso. Por eso, me imagino, que si los animales conocidos como irracionales; por un instante de iluminación pudiesen hablar, con suprema elocuencia nos gritarían en estruendoso coro su natural y justificada envidia, actitud que a los hombres conscientes colmaría de vergüenza.
Resulta por tanto inconcebible que mayoritariamente, no sepamos aprovechar todas las virtudes de nuestro cerebro y con mayor razón ahora, cuando la vida para la inmensa mayoría de los seres humanos se torna en inevitable vía crucis. La pasamos derrochando el tiempo, arruinando nuestro cuerpo y aguardando la edad madura para hacer el bien; olvidando que el adulto mayor se vuelve torpe. Están atenuados sus sentidos, sus fuerzas y hasta el entusiasmo.
En consecuencia, resulta insensato e irresponsable, postergar las tareas sociales para esa etapa de la vida.
Es un hecho incuestionable que cuando cumplimos o tratamos de cumplir fielmente con Dios y sus mandamientos, Él viene hacia nosotros cuando requerimos su presencia, en cualquier forma pero viene.
Precisamente Jesús, su hijo predilecto, llegó a nosotros en una etapa en que la humanidad requería con urgencia un ejemplo, un paradigma de virtudes, como forma infalible de poner alto al descalabro moral, el abuso y las diferencias sociales; para que el bienestar sea privilegio de todos los mortales. Sin duda por eso se afirma que el hijo de Dios fue político y por supuesto de los buenos, a diferencia de los remedos de aquellos que abundan en los países rezagados como el Perú.
Jesús vino a nosotros a concretar el bien, a servir y si murió temporalmente en la cruz por nuestra culpa e incomprensión, nos dejó su luminoso e inconmensurable ejemplo y sabias enseñanzas que subsisten incólumes a través del tiempo. El servicio al prójimo que él propició se hace patente cotidianamente en la vida de los hombres, aunque a veces la soberbia nos hace negar y preferimos atribuir su oportuna ayuda a la casualidad. Y esas lecciones debemos aprender y practicar siempre, si queremos tener tranquila la conciencia y la fuerza moral suficiente para implorar a Dios cuando la vida nos maltrate
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